El velocista, los paseantes, el escapista y mis dos abuelas: algunos repertorios de “no-acción”

Os adelantamos el primer texto que nos ha llegado de las personas que han participado en el  «Taller de no acción» que realizamos el pasado 15/6/2012. En cuanto nos sea posible difundimos un dossier con todos los textos que lleguen. Recordamos que son textos a título individual que no reflejan necesariamente ningún consenso de la comisión de Análisis Sol 15M, eso sí, como todos los textos que difundimos es anónimo y copyleft.

«Recomenzar; ni luchar ni confrontar, sino desertar; ni reivindicar ni pedir,desplegar aquí y ahora el mundo en el que queremos vivir; ni actuar ni movilizarnos, sino  entregarnos a cierto abandono.Hacer fuerza de nuestra debilidad».

Alexandra-Odette Kypriotaki

Cuando leí las ideas de la activista griega a las que se refiere Amador Savater en su columna titulada “¿Y si no hacemos nada?”, me acordé de algunos momentos a los que, a veces, conduce el activismo político, en los que uno no puede dejar de verse como ese típico ejecutivo, con el móvil en la mano y estresado todo el día de aquí para allá:

“A las 17h, asamblea en la plaza del Carmen; a las 19h, performance frente al Ayuntamiento; para mañana debería haber acabado el acta y el informe sobre el taller del sábado; y… hay algo más que se me está olvidando”.

No me refiero a la agenda desbordada. No sólo. Lo que caracteriza la hiperactividad –o mejor dicho, el hiperactivismo– al que me refiero es la racionalidad que sostiene ese conjunto de prácticas y actitudes, no su cantidad. Una racionalidad estratégica que orienta todas esas actividades hacia fines definidos de antemano, hacia fines que tienen que cumplirse, que pueden ser piramidalizados en esquemas de objetivos, y que pueden localizarse bien tras las tareas cotidianas de nuestras agendas, o bien en el horizonte más abstracto e ingenuo de las utopías.

A esta figura del hiperactivista le llamaré el velocista. Se trata de alguien que sabe a dónde se dirige y pone todo su empeño en hacer su trayecto de la manera más eficiente y eficaz. El velocista vive en la carrera, siempre de un lado para otro, tratando de alcanzar sus metas. El cuerpo del velocista –ahora que tan de moda está hablar de los cuerpos– se inclina por tanto hacia delante. Su energía lo proyecta y lo empuja hacia ese futuro que él trata de precipitar por medio de sus acciones.

Pero cuando el velocista no consigue sus metas sufre crisis en las que la racionalidad que promueve su hacer cotidiano se vuelve absurda, en la que su cuerpo orientado hacia delante cae al suelo ¿Para qué hago esto? ¿Qué sentido tiene? Eso mismo le ocurría, desde mi punto de vista, a Alexandra-Odette Kypriotaki: “Más de diez huelgas generales en Grecia, pero ¿se ha conseguido algo?”. Frente a esta situación existen multitud de respuestas, claro. Algunas personas, por ejemplo, cuestionarán las acciones (“no debes hacer esto, sino aquello otro”), otras los objetivos (“por lo que luchas no tiene sentido”) y otras, como las siguientes tres figuras que presento, la racionalidad que hay detrás de la ajetreada vida del velocista.

Los paseantes, como su propio nombre indica, salen a la calle a pasear. No pretenden hacer nada más que eso, pues el paseo se distingue de otras formas de ir por la calle (como, por ejemplo, hacer recados) por no tener otro objetivo que no sea el pasear. Eso es lo que asienta las condiciones para que como paseantes nos encontremos con alguien, charlemos en compañía, le demos vueltas a una idea o disfrutemos de un paisaje. No son estas las razones por las que se sale a pasear sino lo que el carácter relajado y distendido del pasear posibilita. Por todo ello, el cuerpo del paseante se equilibra en un eje vertical y como un centro en movimiento; un presente abierto al goce y a lo circular o, mejor dicho, a lo arbitrario.

Algunas personas defienden un activismo paseante. Una vivencia de lo político como fin en sí mismo y como disfrute del aquí y ahora por su capacidad para abrir la contingencia de lo social o, al menos, pasar un buen rato en compañía. El futuro y sus sentimientos (el miedo y la esperanza) no tienen sentido para los paseantes. Por otra parte, desde la perspectiva del velocista, lo que hacen los paseantes no es actuar, es un sinsentido y una “pérdida de tiempo”. Desde la perspectiva de los paseantes, el velocista no es político. Es esclavo de su propia obsesión por cumplir las metas, orientación que arrastra del propio sistema productivista que nos circunda, que sacrifica los procesos en pos de fines muchas veces anclados en relatos de ficción y fantasía.

Una segunda figura que reacciona frente al velocista, es el escapista. Aquel que huye, que se fuga del mundo que le rodea y comienza en otra parte. Precisamente, lo que Alexandra-Odette propone en su discurso. Los escapistas renuncian a vivir en el mundo que han habitado y que, quizá, hayan tratado de trasformar. Puede tratarse de neorrurales, de ciertas formas de okupación o de nihilismo punki. Ya miren con rencor o indiferencia a ese mundo, le dan la espalda y se marchan. Sobre esto, algunos han defendido que se trata de un abandono que lleva consigo un gesto transformador del mundo que se deja atrás. Por ello, su cuerpo es un hueco o un vacío en ese mundo, una pieza que falta. Sin embargo, puede tratarse de un vacío que actúe sobre el resto de cuerpos y, más allá, puede suponer una presencia en otro-lugar.

Al fin, encontramos una tercera figura. Aquella que se sitúa justamente entre los paseantes, el escapista y el velocista. Esta figura, por tanto, se propone fines como señuelos que orientan su acción pero también su “no-acción” (la del escapistas y los paseantes). Así, la estrategia con la que afronta sus metas le posibilita igualmente un discurrir contingente, huidizo y sobre todo dilatado, resistente a la prisa y a la exigencia de un futuro por hacerse llegar. Y sin embargo, asegura rigurosamente el cumplimiento de su quehacer cotidiano. Para esta figura no he escogido un término abstracto sino que voy a referirme a dos personas concretas que existen en la realidad, mis dos abuelas.

Mis dos abuelas afrontan las tareas que deben hacer día tras día con una severidad impresionante. Si desde una mirada distanciada podríamos entender que sus vidas han sido consagradas en su totalidad a los trabajos del hogar, una mayor proximidad nos permite descubrir ligeras fugas, autonomías y resistencias que ensanchan sus tiempos para el disfrute y la sociabilidad, construyendo pequeños mundos al margen de la forma de vida machista que su sociedad les ha impuesto. Las llamadas de teléfono con sus familiares rodean y retrasan la preparación de sus comidas. La telenovela eclipsa un calcetín siempre por zurcir. Las conversaciones con el vecindario trastocan las rutas planificadas para hacer las compras, las amplían y ramifican convirtiéndolas en derivas abiertas a sucesos variopintos y generalmente más agradables. Y sin embargo, el desarrollo de estos márgenes de sus vidas cotidianas, no contradice los objetivos fundamentales a los que dirigen su actividad, asegurar el mantenimiento de la vida de sus familiares.

Considero posible un repertorio de acción política basado en esta última figura. Esto es, por un parte, garantizar laboriosamente los requisitos básicos en la reproducción de los propios movimientos sociales. Estoy pensando en aspectos como asegurar las condiciones para la participación: los espacios físicos y discursivos, la entrada de nuevos y nuevas participantes, la promoción de marcos de sentidos integradores y a la vez críticos… Y, por otra, la puesta en práctica de resistencias estratégicas a los controles y opresiones entre los que vivimos diariamente, así como llevar a cabo pequeñas fugas que, sin abandonar el mundo que nos rodea, puedan construir nuevos lugares para el goce y la imaginación, haciendo que nuestra vida sea vivible. Aunque sea un poco.

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Una respuesta a El velocista, los paseantes, el escapista y mis dos abuelas: algunos repertorios de “no-acción”

  1. Me ha encantado…. ademas yo tengo una pagina en face, que se llama, apoya a tu yayo-flauta… con lo que todavia me ha gustado mas, cuando has llegado a la parte de «las dos abuelas».
    Al principio, pensaba que estaba yo sola «loca», con mis pensamientos… me alegra mucho saber que no lo estoy, que hay gente que ya ha escrito tambien sobre lo que yo pienso y escribo.
    Gracias y con tu permiso, comparto.
    Ese es mi «movimiento» compartir informacion, para que cada vez haya mas locos con sentido comun.

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